Impulso (Diario de Zareba)

Es de noche y la luz de la luna baña los campos de los Páramos de Poniente. Desde los aterradores sucesos acaecidos hace semanas en el Cerro del Cuervo, algo me impele a retornar a ese paraje marchito. Es una sensación extraña y vagamente familiar la que me obliga a regresar a sus malditas arboledas, a sus ruinas perdidas entre la floresta.

En mi petate llevo un objeto que encontré entre las cenizas de uno de los hogares: es el diario medio quemado y parcialmente legible de uno de sus habitantes. Es una historia personal de desesperación y tristeza, cuya veracidad tengo intención de comprobar, quizá porque supongo que así expiaré las pesadillas que me acompañan desde que puse los pies en ese abandonado lugar, o quizá porque soy humana y mi herencia me hace más sensible a algunas vibraciones que a los enanos, mis parientes de adopción.

Espada de Wrynn (Diario de Zareba)

He ingresado, de momento en modo de prueba, en el cuerpo de las Espadas de Wrynn, la orden militar guardiana de los intereses de Ventormenta, la guardia del Rey, liderada por el caballero Serafhín.

Ciertamente, no es que haya sentido nunca mucha afinidad por la corona ni sus representantes, paladines o no, aunque supongo que debe ser cosa de mi educación enana de adopción. Los enanos son peculiares en muchos sentidos, y uno de ellos es su cerrazón a otros estilos de vida que no sean estrictamente enaniles. De ahí su relativo aislamiento con respecto a otras culturas.

Otro de los pilares de la mentalidad enana es el honor. Honor y respeto familiar son las bases de la educación de todo buen enano, por lo que recibí unas buenas dosis de ello a lo largo de mi infancia, sazonadas con un gran amor hacia los trabajos bien hechos y la herrería.

Por todo ello, y porque también soy humana, he decidido alistarme en las Espadas. El trato es bueno, las pagas son aceptables, puedo dedicarme a cuidar de los caballos y a la mensajería pero, por encima de todo, además puedo servir con honor a gente honorable. ¿Qué más podría desear? Sólo el tiempo lo dirá.

Tholaya se presenta

Como nadie me presenta, lo haré yo misma. Me llamo Tholaya y soy de Gnomeregan. bueno, exactamente de Gnomeregan no, ya que, cómo podrás apreciar, mi ciudad ya no existe. Los burdos y atrasados Troggs surgieron de las profundidades e invadieron nuestra magnífica capital tecnológicamente avanzada para hundirla en la más profunda de las barbaries que jamás los gnomos habíamos conocido, de modo que tuvimos que emigrar al reino de nuestros primos los enanos, los cuales, como ya debes saber, nos acogieron en su enorme ciudad debajo de la montaña, a pesar de estar sumidos en una extraña búsqueda de sus ancestros legendarios, cosa por otra parte discutible desde el punto de vista de un gnomo con la ciencia y el saber en cada mano, pero así ha de ser.

Me dedico a la magia y hay quien dice que hablo demasiado, pero no es cierto, sino que es una consecuencia del desconocimiento general que existe en cuanto a la naturaleza intrínseca de la raza gnómica, una de las más antiguas de Azeroth según nuestros escritos, cuya irrefutabilidad ha sido demostrada en infinidad de veces por reputados científicos e historiadores de reconocida credibilidad. Es por eso que me encuentro desplazada, viajando de aquí para allá, estudiando la naturaleza de la magia en cualquier lugar donde pueda ser hallada, tanto en sus formas puras como en sus formas mixtas, dignas de estudio de los más altos eruditos de Dalaran. Los relatos de mis viajes también deberían figurar por algún lado en estas crónicas y memorias, como testimonio de todo aquello por lo que luchado y vivido, sobre todo para las nuevas generaciones nacidas fuera de los muros de Gnomeregan.

¡ Nos vemos!

Sombras en el Ocaso (Diario de Zareba)

Acababa de llevar un mensaje a los guardias del puesto avanzado, cuando el grupo se detuvo cerca de donde yo estaba descansando. Hacía frío y las llamas de la hoguera no bastaban para calentar las manos. Eran varios humanos, una elfa y un gnomo algo nervioso. Me extrañó que fueran a pie por el Bosque del Ocaso. Poca gente, salvo los de la Guardia Nocturna, se aventuran a caminar por sus sendas marchitas.

Poco a poco, entablamos conversación y me invitaron a acompañarlos. Iban al Cerro del Cuervo. Decidí acompañarles, dejando mi fiel caballo al cargo de los guardias del puesto. Lo que vino después fue una experiencia terradora. Algo misterioso y maligno intentaba retrasar cada uno de nuestros pasos de camino al Cerro y, una vez allí, las misteriosas fuerzas que encantan en lugar se desataron sobre la Casa Grande, que ardió hasta los cimientos, llevándose parte de la cordura del gnomo, el cual huyó enloquecido por entre las ruinas de la aldea.

Recuerdo vagamente la huida apresurada por el bosque, camino de los Páramos de Poniente, mientras algo maligno se burlaba de nosotros atrás, en el camino. El gnomo era un fardo inerte, presa de sus propios delirios. Aun no sé como alcanzamos a salvo la Torre de los Vigías en medio de la noche...

Allí, en la hospedería, el ente que había poseído al gnomo mantuvo en jaque durante largo tiempo a los paladines y sacerdotes humanos que trataban de salvar a la desgraciada criatura. Nunca he sido muy creyente, pero en aquellos momentos descubrí el sobrecogedor poder de la Luz Sagrada.

El gnomo se recuperó de su amargo trance, con secuelas que probablemente le duren toda la vida. Al terminar, se me acercó uno de los humanos, sargento de Ventormenta, por su uniforme. Venía a ofrecerme un empleo si estaba dispuesta.

Quedamos en la capital, en el Centro de Mando. Yo no lo sabía, pero nuestros caminos iban a entrecruzarse de un modo inesperado.

Historias al calor del hogar (Diario de Zareba)

Después de una dura jornada de trabajo, pisar el suelo de una taberna es como pisar el paraiso. Y si esa taberna es "El Cerdo Borracho" de Ventormenta, mejor que mejor. Los parroquianos se agolpan sobre la barra, esperando su turno para que Reese, el tabernero y dueño del local, les sirva unas pintas de cerveza enana en medio de la algarabía general, mientras las conversaciones suben de tono, especialmente después de un par de rondas.

Es verdad que a veces, las discusiones más tontas resultan terminando en peleas de taberna, o incluso en duelos a las puertas de la ciudad, y que frecuentemente los clientes más bebidos se ponen especialmente pesados con las chicas que visitar el local, pero en general la atmósfera que se respira allí es agradable y cordial. Por eso me gusta ir por allí de vez en cuando.

Si tengo suerte, encontraré al aventurero Lahoz, médico y cirujano naviero y una de las primeras personas que me dieron conversación en este lugar. Lahoz es un truhán con una suerte endemoniada, fugitivo de la justicia por su relación con el famoso Capitán Booney Boon, de cuya pintoresca tripulación forma parte, pero también es un avezado viajero lleno de interesantes historias que contar. Historias contadas al calor del hogar.

Orcos a las puertas (Diario de Zareba)

Servir a las Milicia del pueblo estuvo bien, pero el sueldo es escaso en aquellas tierras, así que partí hacia las Montañas Crestagrana en busca de minerales para poder forjar algunas piezas de armadura y así aumentar mi escaso poder adquisitivo. Las Montañas Crestagrana son un lugar peligroso, dada su cercanía a los territorios ocupados por el enemigo.

Las bandas de harapientos gnolls y los orcos del clan Rocanegra mantienen en jaque a las fuerzas del lugar, que asisten impotentes al desamparo por parte del ejército de Ventormenta...

Y fue aquí donde me partieron un brazo. Quise acercarme a ver la Puerta Negra, el lugar de paso a las Estepas Ardientes, así que me escabullí por entre las colinas hasta llegar a una pequeña loma lo suficientemente alta como para poder verla. Por desgracia para mí, no pude ver al orco que me acechaba. La brutal criatura me lanzó un brutal golpe con su hacha, que me hubiera matado de no haber sido porque la paré con mi rodela. El pequeño escudo se deshizo en mil pedazos, al igual que los huesos del brazo que lo sujetaba, mientras la violencia del golpe me mandaba barranco abajo. Creo que los orcos me dieron por muerta o andaban ocupados en otras tareas, pues no fueron a rematarme.

Aun conservo las cicatrices del golpe en el brazo izquierdo, como un cruel lección del día en el que salvé la vida por muy poco.

Tierras sin Ley (Diario de Zareba)

Una de mis primeras misiones como mensajera fue en los Páramos de Poniente.

Hacía calor aquella tarde y el sonido de las cigarras se propagaba por los campos agostados por el sol. De pronto, oí pasos a mi espalda. Me volví rápidamente, tan sólo para encontrarme con aquella mole chirriante y humeante. Con toda la celeridad que me era posible, desenvainé mi arma y me apresté a defenderme de mi inesperado atacante. Al cabo de un rato, todo había concluído y el monstruo era un amasijo de hierros retorcidos.

Recorrí a toda velocidad la distancia que me quedaba para llegar a la Colina del Centinela. por el camino ví más de esas cosas. Más tarde, cuando entregué mi mensaje a los guardias, me enteré de que toda la zona estaba amenazada por esas malditas cosas -Golems, probablemente hechos por goblins o por enloquecidos gnomos - y por las bandas de maleantes que ahora recorren impunemente estas tierras abandonadas de la mano del Rey.

Y decidí quedarme un tiempo por allí, ayudando a los voluntarios de las Milicias del Pueblo en la defensa de los Páramos de Poniente, las tierras sin ley.

Integración (Diario de Zareba)

Todavía recuerdo mi primer día de trabajo. La ciudad de Ventormenta me pareció en aquellos momentos diferente, vacía, extraña. A pesar de haber vivido en la ciudad, lo cierto es que apenas salíamos del Distrito Enano, una pequeña Forjaz lejos del hogar. Las sociedades enanas son bastante cerradas, así no tenía muchos amigos entre la gente humana, salvo los estrictamente profesionales relativos al duro trabajo de la fragua y la minería. Tras vender la casa de mis padres adoptivos, me establecí en Villa Dorada por un tiempo. Necesitaba integrarme en la sociedad humana y decidí empezar por un lugar lejos del ajetreo de la capital, aunque regresara allí para trabajar.

Por suerte, en una ciudad tan cosmopolita como Ventormenta siempre hay oportunidades de trabajo para un mensajero, pues el comercio es abundante y el dinero fluye como el agua. Tras el primer encargo para una bodega, vinieron otros más y poco a poco, aquella ciudad empezó a parecerme menos extraña, más amigable, hasta que hice de sus calles y tabernas mi segundo hogar.

Gnaamesh


Me llamo Gnaamesh y soy un Renegado. Fui despertado de la paz del sepulcro por los Mortacechadores de Rémol para engrosar las filas del ejército de la Dama Sylvanas en su lucha contra "El Exánime", pero algo salió mal. Terriblemente mal. Mi mente quedó fragmentada en mil pedazos durante el proceso de la resurrección. No se nada de ese periodo de mi nueva vida, exceptuando recuerdos inconexos perdidos en el caos de la no-muerte. Los archiveros de Rémol registraron todos mis movimientos, indecisos de si debían destruirme o no. La palabra "abominación" aparece en sus escritos. La he visto.

Deambulé sin alma por los bosques de Rémol como una carcasa vacía, ajeno a toda consciencia..hasta que sin razón aparente desperté. En aquel momento, fui consciente de mi identidad. Algo o alguien cogió los pedazos de mi mente y les dio una forma nueva.
Intenté hablar, pero sólo pude articular un único sonido gutural con mis labios resecos.

La palabra era Gnaamesh.

Un nuevo comienzo


Mi nombre es Zareba. Perdí a mis padres siendo muy pequeña. Ni siquiera me acuerdo de ellos. Fui adoptada por un grupo de enanos de Forjaz afincados en Ventormenta. Aun no se por qué se decidieron a cuidar de mí en vez de dejarme al cuidado de una familia humana, pero les estoy agradecida por ello, pues me enseñaron todo lo que se acerca de la forja y la herrería. También me enseñaron en qué consiste el honor y el valor de la palabra dada. En cierto modo soy "medio-enana".

Pronto aprendí a valerme por misma y a manejar la espada y, cuando tuve la edad conveniente, me lancé al ancho mundo a buscarme la vida como espada de alquiler, escoltando a pequeños mercaderes o cazando alimañas de poca monta. Así, poco a poco, logre´comprarme una cabalgadura y dedicarme a portar mensajes entre los distintos destacamentos de la guardia de Ventormenta. El trabajo está mejor pagado y se hacen contactos.

Mis padres adoptivos han regresado a Forjaz. Espero que les vaya bien.