Aullidos en la noche (Diario de Morgrimm)

Los lobos me estuvieron rastrando durante todo el día, vigilando todos mis movimientos desde bien lejos, esperando el momento propicio para atacar. No tenían prisa y estaban en su elemento, así que no se acercaron demasiado a mi campamento, ya que todavía temen a los enanos que deambulan por las montañas, aunque estén solos como era mi caso.

Las bestias atacaron durante la noche. Soplaba el viento helado a través del valle y yo me las ingeniaba para mantener el fuego encendido a pesar de todo, cuando ví un destello en la oscuridad. Eran unos ojos amarillos y crueles que me observaban desde la oscuridad fuera del protector círculo de la luz de mi hoguera. Me estaban rodeando y ni me había dado cuenta de su presencia, tan ocupado estaba en mantener la lumbre.

Rápidamente así mi martillo de guerra y me puse de espaldas al fuego, plantando bien los pies en el suelo, esperando la embestida de los lobos. Sin mostrar ningún temor, se abalanzaron sobre mí, con los dientes destellando a la trémula luz del mortecino fuego que se iba apagando poco a poco debido a la ventisca. Podía ver sus ojos deseosos de sangre mientras intentaban acertarme con su fieras dentelladas. El mazo subía y bajaba, partiendo huesos y tiñendose de la sangre de los lobos a medida que los iba alcanzando. Este enano iba a vender muy cara su vida...

Conté al menos tres bajas hasta que los lobos se retiraron a las lóbregas profundidades de la noche sin luna. Aterido y asustado, avivé de nuevo las llamas de la hoguera y esperé su regreso, pero la jauría no volvió a aparecer.

Al amanecer, busqué los cuerpos. Efectivamente, había abatido a tres de ellos y un cuarto debía hallarse muy malherido, de eso estoy seguro. Con mi cuchillo de caza desollé sus cadáveres y corté buenas tajadas de su carne para darme un banquete de filetes de lobo a la brasa.

Irónicamente, el cazador se había convertido en presa y la presa en cazador.

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