Prisión (Diario de Zareba)

La joven soldado Zareba sale del cuartel en direción a la ciudad, cuando repara en el grupo de soldados reunidos frente a una de las puertas. Hay numerosas exclamaciones de sorpresa y muchos murmullos. También hay un número anormalmente alto de soldados de Ventormenta esta mañana en Arroyoeste. Poco a poco, se cuela entre los hombres y llega hasta el papiro clavado en la gruesa madera, mientras la invade una extraña sensación. Cuando lee el contenido del anuncio, deja caer las manos a los costados.

- No puede ser.. -murmura para sus adentros -

-¡ Eh, tú! - dice un individuo desagradable, un sargento con el rostro picado de viruelas - ¡Ya lo sabes!  ¡Ahueca el ala de aquí!

-¿Como dice? -responde la joven, todavía aturdida por los acontecimientos de los últimos días

- ¡Que te largues! ¡Ya lo has leído! ¡Os vais de aquí! ¡Ya no tenéis privilegios en esta ciudad! -dice el sargento despectivamente, y luego añade- Ya era hora de que alguien hiciese algo al respecto con las Espadas y su engreído comandante. ¡Sois todos unos patanes presuntuosos, empezando por vuestro precioso Serafín! Es una pena no poder verle la cara en estos momentos. Seguro que disfrutaría un montón...

La joven cierra los puños con indignación y rabia contenida.
- ¿Cómo te atreves a hablar así de un muerto? ¡Muestra un poco de respeto!

El sargento sonríe despectivamente y busca la mirada de sus hombres.

- Ya os dije yo que las mujeres no tienen cuajo para la guerra - añade con una sonrisa en sus labios, mientras algunos ríen por lo bajo las gracias del individuo-

Un velo de negra ira cubre los ojos de Zareba, la cual masculla un juramento en enánico y arremete con su puño contra la sorprendida cara del sargento, que rebota en la puerta con el sonido del metal del yelmo golpeando la madera.
-¡ A mí la guardia!- grita mientras se sujeta la sangrante nariz-

Su orden es obedecida de inmediato y dos soldados agarran a la muchacha y la estampan contra el muro de piedra. Sus puños hacen un sonido enfermizo al golpearla repetidas veces en la boca del estómago, al tiempo que algunos refuerzos acuden a sofocar un posible motín que no llega a producirse. La joven se dobla sobre sí misma, presa de agudos dolores, mientras hace esfuerzos por respirar entre asmáticos espasmos.

- ¡Lleváosla a las mazmorras! -grita el sargento, que se limpia el rostro con un pañuelo ensangrentado, y luego añade a los demás - ¡Esto les pasa a los que no obedecen! ¿Alguno más va a desobedecer una orden directa del Alto Mando? No, ya veo que no...

En medio de miradas de indignación de los reclutas más jóvenes, la soldado Zareba es despojada de su tabardo y llevada presa. Sus pies arrastran por el suelo, mientras el dolor de la vieja herida de Vallefresno nubla su vista y su entendimiento. Zareba llora de rabia y de dolor, herida en el cuerpo y en el alma.

- Morgrimm... - murmura a medio camino de la inconsciencia -

Después, todo es oscuridad.

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