Elegía (Diario de Grumnkko)

El pequeño Ragor se había ganado mi corazón. Ese pequeño cachorro de orco había logrado hacer que me enterneciera cuando le veía jugar en la arena de la playa.  Prometí a a su padre, un honorable guerrero muerto por la picadura de un escorpión gigante en Mil Agujas, que cuidaría de ellos y que haría que creciera como un orco fuerte y sano, pero ahora esrá muerto, al igual que su madre.

Un numeroso grupo de humanos, quién sabe por qué motivos, desembarcó en la costa muy cerca de aquí. ¿Por qué vinieron ? Nadie en Durotar lo sabe, ni creo que llegue a descubrise jamás. Llegaron como alimañas, saqueando y matando, para luego hacerse a la mar en sus dorados navíos, bebiendo ron y bailando en la cubiertas, como criaturas despreciables que son.

Cuando retorné de mis negocios en Ogrimmar ví la columna de humo desde la distancia. Encontré los pequeños restos de Ragor en la playa, junto con uno de sus juguetes preferidos. El cadáver de su madre yacía entre las ruinas de la cabaña, ensartada de parte a parte por una lanza. Su hacha estaba mellada y llena de sangre, por lo que supongo que presentó resistencia y logró matar a algunos de aquellos malditos perros antes de sucumbir en la batalla. Los he enterrado juntos, bajo el suelo de la vivienda.

No encontré ni rastro de Gromk, el jabalí, mi compañero animal. Quizá la pobre bestia lograse escapar a fin de cuentas, o quiza haya terminado su vida en un asador. Creo que nunca lo sabré.

Lo que sí se es que entre las ruinas de la casa pinté mi rostro con hollín y sangre, como los grandes guerreros de antaño y que mi juramento de venganza resonará para siempre entre las rocas de los acantilados.

 No descansaré hasta que sus malditos pellejos se pudran bajo el sol y las sabandijas devoren sus carnes condenadas.

Lo que de verdad importa (Diario de Morgrimm)

Sentado delante de una cerveza y hastiado de la inactividad en la fortaleza de Forjaz, me pregunto qué rumbo ha tomado mi vida y qué otros caminos podría haber emprendido. No es que lamente servir al Rey en su ciudadela, pues semejante honor es algo que muchos enanos desearían para su linaje, pero sí que echo de menos la vida errante a la que tanto me acostumbré. Me hace falta sentir la brisa de las montañas, el duro empedrado de la Calzada Real bajo mis pies y la bendición de mis antepasados en el cumplimiento de mi sagrada labor de paladían errante.

También hay otras cosas que me rondan por la cabeza, como el haberle fallado a mi querida niña humana cuando más me necesitaba. La disolución del Alba Carmesí consiguio absorber mis pensamientos de tal modo que no pude advertir lo evidente y olvidé mis verdaderas obligaciones. Quizá no resulté tan buen protector como pensaba, si permití que mi pequeña desapareciera sin más. Lo último que supe de ella es que había estado en prisión por agredir a un oficial, tras lo cual su rastro se perdió para siempre entre las intrigas de Ventormenta.

En la ciudadela de piedra hay excelentes paladines, la mayoría mucho mejores que yo, como para servir al Rey Barbabronce tal y como se merece un monarca. No costará mucho obtener la dispensa del servicio y, después, partiré en busca de lo que de verdad importa.

Espadas herrumbrosas (Diario de Zareba)

El puerto de Ventormenta bulle de actividad con la llegada de los navíos procedentes de las regiones meridionales del continente, cargados de todo tipo de mercancías para los mercados de esta gran ciudad. El sonido de las grúas y las voces de los estibadores, junto con la algarabía de los marineros que bajan a tierra para divertirse en las tabernas locales me llena de recuerdos, buenos y malos.

En este mismo puerto, un par de dársenas más allá, el Comandante Serafín hizo una de sus más famosas arengas cuando partimos hacia las tierras de los elfos para combatir a los orcos que amenazaban sus queridos bosques, hace ya casi una eternidad. Si miro en aquella dirección, casi puedo imaginar a las Espadas de Wrynn en formación, mientras se ultimaban los preparativos para la travesía. Nadie preveía que aquella iba a ser la última campaña que iban a realizar juntos, que algunos de ellos jamás retornarían de las bellas florestas de Vallefresno y que a su retorno serían tratados como enemigos de la Corona y dispersados, bajo pena de cárcel.

A menudo me pregunto qué habrá sido del resto de las Espadas, si seguirán en la brecha o habrán alcanzado la gloria reservada a los valientes. Son tiempos pasados, olvidados por una Ventormenta capaz de sacrificar a sus hijos en aras del bien supremo, renegando de su pasado y mirando sólamente hacia adelante, a su incierto futuro, mientras sus héroes son dejados de lado, aparcados como esas viejas espadas que, abandonadas en un rincón, languidecen cubiertas de herrumbre, soñando con tiempos en los que su obediente filo servía con honor y diligencia a su señor.

Mas son tiempos difíciles, y yo también debo velar por mis intereses. Creo que tengo unas monedas en mis calzones, suficientes como para adquirir una espada barata y volver a ganarme la vida de forma honorable.

¡ Por Gnomeregan ! (Diario de Tholaya)

 Después de una larga espera, de nuevo retornamos a nuestra patria, Gnomeregan. El Gran Mekatorque ha organizado un poderoso ejército gnomo, dotado de nuestra más elevada tecnología, para expulsar definitivamente a los throgs de nuestra hermosa ciudad. Con el apoyo de los enanos de Forjaz, en estos momentos marcha hacia nuestros abandonados hogares el mayor ejército que se haya visto jamás en la historia gnómica.

Este es un momento histórico en el cual debería estar presente todo gnomo deseoso de retornar a su añada ciudad. Es una llamada a la patria y al deber, un momento de unidad para toda nuestra raza, que no se caracteriza precisamente pos su cohesión. Este es un momento que no me perdería por nada del mundo.

 ¡ Por Gnomeregan !

Regreso a casa (Diario de Zareba)


Regreso a casa. Mi viaje por el Sur no resultó tal y como esperaba. Al principio, todo iba sobre ruedas. Conseguí enrolarme en una compañia mercenaria que iba a realizar incursiones entre los trols de Tuercespina, cuya actividad había ido aumentando en los últimos meses. El trabajo era interesante, la paga decente y la camaradería no estaba nada mal para tratarse de los Mares del Sur.

 Sin embargo, tuvimos mala suerte: caímos en una emboscada en las profundidades de la jungla. Los condenados trols nos estaban esperando. Combatimos contra ellos, pero eran demasiados como para poder contenerlos, así que el Comandante ordenó la retirada. Los trols, alentados por sus hechiceros, utilizaron magia negra para aterrorizar a los hombres y capturarlos vivos. Un puñado conseguimos escapar de aquel lugar y vagamos por la selva días enteros hasta que logramos que se cansaran de perseguirnos. Una vez pudimos ver cómo llevaban a algunos a sus lugares de sacrificio, así que no esperamos que haya demasiados supervivientes. El humo de sus bárbaras hogueras y el rítmico sonido de sus tambores me perseguirán durante mucho tiempo en mis recuerdos.

En Bahía del Botín, nadie espera encontrar restos de ninguno de los miembros de la compañía. Tengo suerte de estar viva y no entre los trofeos de alguna cabaña trol. Regreso a casa, a bordo del navío Fuerteviento, en el cual he hallado trabajo como grumete para pagarme el pasaje. Cuando llegue a Ventormenta, estaré sin blanca, pero seguro que me las apañaré para salir adelante.

Progresión (Diario de Gnaamesh)

Los Claros de Tirisfal han cambiado poco o nada. Los humanos de Ventormenta siguen intentando aniquilarnos en nuestros propios territorios y sus granjas, protegidas por oscuros torreones, salpican el paisaje como una asquerosa enfermedad.

Todavía me siento débil y enfermizo, pero voy progresando con lentitud. Hoy he conseguido invocar mi primer diablillo, una deleznable y diplomática criatura llamada Bizort. Acompañado de mi adulador sirviente, me he internado en los territorios del norte para espiar a nuestros enemigos y demostrarles lo que es el terror, mas han resultado ser un hueso duro de roer en mis actuales circunstancias.

Es preciso que aumente mi poder e influencia en esta región, pues presiento que estoy llamado a hacer grandes cosas o que, al menos, las hice en algún pasado no muy remoto. Si tan sólo pudiese recordar...