Tholaya, rescatadora (Diario de Tholaya)

La llegada del dragón a la ciudad, además de ser un espectaculo digno de ser recordado (¡ lástima haber perdido los pergaminos y el tintero en el caos subsiguiente !), también provocó el sufrimiento de sus habitantes. Muchos lo han perdido todo y vagan errabundos por entre las ruinas, buscando a familiares y amigos, así como intentando volver a retomar sus vidas y hogares.

He intentado colaborar en las labores de búsqueda de los supervivientes del desastre. Esta es una de esas ocasiones en las que ser de pequeño tamaño resulta de gran ayuda para llegar a sitios inaccesibles a otras criaturas más torpes, como los humanos, por ejemplo. Gracias a este método, hoy hemos encontrado un enano atrapado bajo el arco de un portal, un poco magullado, pero por lo demás en perfecto estado de salud. Lo he acompañado a uno de los hospitales de campaña que hay en la ciudad, donde espero que se recupere en breve.

La llegada del Dragón (Diario de Zareba)

La tomenta comenzó súbitamente y pilló a la guarnición desprevenida. Después vinieron los elementales, surgidos de grietas en el mismo plano de la realidad. Pronto, la ciudad era presa del caos más absoluto. Ciudadanos asustados intentaban abandonar Ventormenta en grandes grupos, pero las enfurecidas criaturas del plano elemental les cortaron el paso. Había muchos muertos por todas las calles.

Las Espadas intentamos defender el cuartel del ataque de los elementales que habían surgido de la nada en la misma plaza, mas pronto nos dimos cuenta de que íbamos a ser superados. Por doquier, valientes soldados caían en combate contra las despiadadas criaturas, mientras la tempestad se hacía más y más intensa a medida que pasaba el tiempo. Retrocedimos hasta las mismas puertas del cuartel, acosados por nuestros incansables enemigos, batiéndonos a cada paso y viendo caer a camaradas y conocidos.

De pronto, la lluvia cesó y el aire se tornó extrañamente cálido. Cientos, si no miles, de ojos se dirigieron hacia lo alto, mientras los combates proseguían en medio del más espeluznante silencio, al menos durante unos instantes artificialmente largos. Luego, el horror descendió sobre nosotros, como un castigo divino, pues una inmensa sombra cubrió la ciudad como un inmenso y aterrador manto..

La critarua, inconcebiblemente grande, sobrevoló la ciudad, derribando torreones y almenas y destruyendo barrios enteros a su paso. Los combatientes que no habían quedado paralizados por el horror, simplemente huían como animales asustados, tan sólo para ser presa fácil de los enfurecidos elementales que todavía recorrían las calles de la ciudad.

El dragón, poderoso como una montaña en movimiento, lanzó su desafío a la ciudad de los hombres, quebrantando con su bramido las voluntades de los héroes, postrando de rodillas a experimentados guerreros y haciendo estallar las vidrieras de la Catedral de la Luz, cuyos pedazos volaron por los aires como cientos de pequeñas guadañas en movimiento.

Y en ese instante, todos supimos que el fin del mundo había llegado.

Amargo despertar (Diario de Grumnkko)

El estruendo en la calle logra sacarme de mi jergón. Tropiezo con algo en el suelo y maldigo mi torpeza. Apenas recuerdo qué hago aquí, hasta que los reuerdos se abren paso entre las brumas del alcohol. Anoche me cogí la mayor kurda de mi vida, y ahora recuerdo por qué. La venganza del día anterior, regada con sangre, debía ser celebrada con bebida. Lo hice, sí, y mi espíritu logró la paz y la mayor resaca en años. Si no me fuera a estallar la cabeza, me reiría...

Pero afuera pasa algo. Oigo voces y gritos de alarma. Salgo al umbral, para ver a campesinos paralizados y brutos guardianes expectantes. Miran en una sóla dirección. Miran hacia el norte.

Tambien yo miro hacia allí y veo un inmenso resplandor reflejado en las nubes bajas, y humo, un humo espeso y aceitoso. Poco a poco, la idea se va filtrando en mi abotargado cerebro y estalla como una tormenta en mis entrañas. Ogrimmar está en llamas. La capital orca, ha caído.

La última carga (Diario de Morgrimm)

El agua cae salvajemente y forma torrenteras en las escalinatas, arrastrando a hombres y bestias, que pugnan por escapara su cruel destino. Gritos, confusión, caos....

Maldigo la cortedad de mis piernas mientras corro por el empedrado como si no hubiera un mañana. Y quizá no lo haya. Los malnacidos de los Cultistas del Desastre han terminado por tener razón y el mundo entero parace irse al garete. ¡ Maldita sea!

Tropiezo y caigo de bruces en un charco en medio de la calle. Tengo que rodar hacia un lado para evitar que la enloquecida multitud que huye de la Plaza de la Catedral me arrolle a su paso. Jadeo y trato de recuperar el aliento, mientras los rezagados escapan aterrorizados del centro de la ciudad.

Algo cae cerca de mí , rebotando en el muro. Es un cuerpo humano, arrojado como un guiñapo contra el umbral de la casa en la que intento refugiarme. Y entonces lo veo, aterradoramente majestuoso en medio de la tempestad: una criatura del plano elemental de agua está aniquilando a toda criatura viviente en su camino desde el Barrio de los Magos. Su enorme mole se abre paso entre los guardias como el viento entre las hierbas, apartándolos, destrozándolos, mientras los bravos soldados tratan, inútilmente, de hacerle frente.

A la criatura pronto le siguen otras más, sembrando el pánico y la destrucción a su paso. Es el fin de la ciudad, el fin del mundo...

Pienso en Zareba, en mi pequeña Zareba, atrapada en cualquier parte, si no muerta ya. El pensamiento de haber estado tan cerca de la seguridad de la ciudad enana de Forjaz hace que me hierva la sangre y logro ponerme de pie apoyandome en el martillo de guerra. Tengo la rodilla hinchada por el golpe y el agua se derrama desde mis mojadas barbas sobre el suelo.

Debo encontrar a Zareba a toda costa, pero la criatura elemental ya se ha percatado de mi presencia y se dirige hacia donde me encuentro. Tras tomar aliento, cargo hacia adelante ignorando el dolor que amenaza con arrancarme la pierna. No tengo ninguna posibilidad de vencer a este enemigo.

Hoy ha sido un magnífico día..

Redención (Diario de Gnaamesh)

Las largas sesiones transcurridas bajo la observación de los hechiceros de Entrañas han merecido la pena. Atrás quedaron los exhaustivos  interrogatorios y los penosos estudios para discernir si era un auténtico Renegado o un siervo de la Plaga. De nuevo vuelvo a ser digno de portar las togas de un hechicero y tener acceso a los arcanos grimorios sepultados en las oscuras bóvedas bajo la ciudad muerta. Un pergamino con el sello de los Sacerdotes de Sombras así lo atestigua.

De nuevo.. soy yo mismo.

He perdido demasiados conocimientos, demasiado poder, pero vuelvo a ser yo. Los siervos del abismo acuden a mi sometimiento como antaño, causándome con ello un inmenso placer. El placer de controlar el Poder una vez más.

Pero hay un asunto que me tiene intrigado. Tambien recuerdo que me solían llamar "El Brujo de Argénteos", aunque no hallo más que sombras difuminadas donde deberían hallarse los recuerdos correspondientes. Debo investigar más a fondo.

La venganza del cazador (Diario de Grumnkko)

Murgok el herrero forjó una buena arma, de eso no cabe duda. Su hoja ha bebido ya mucha sangre traidora y mezquina, y las runas de la venganza, grabadas en buen acero de Durotar, se ven rojas a la deslumbrante luz del mediodía.

La venganza ha sido saciada y se hablará durante mucho tiempo de la ira de Grumnkko el Cazador.

Encontré a esos perros, ebrios de ron, escondidos entre las ruinas de un antiguo fuerte erigido por los humanos en la última guerra. Su navío había quedado encallado en los arrecifes y su negro casco se podía ver desde los acantilados, ladeado y moribundo como un animal atrapado en un cepo.

Cai sin piedad sobre ellos, esparciendo sus restos por entre los muros derruídos, escuchando el crujir de sus huesos bajo cada golpe de hacha con la furia de un dios de la guerra. Pera cuando se dieron cuenta, ya había acabado con los guardias y los estaba masacrando en sus propios jergones. Ni uno sólo de esos bastardos regresará jamás a la mar para dedicarse al pillaje. Ni uno sólo.


Los primeros carroñeros vuelan en círculos arriba en lo alto, esperando el momento de abalanzarse sobre el improvisado festín de carne humana entre los peñascos.

 Estoy herido y solo. Es hora de marcharse.

Ideas extravagantes (Diario de Tholaya)

Siguiendo el hilo de mis investigaciones, me desplacé a la ciudad humana de Ventormenta. Nunca me gustaron en exceso las aglomeradas ciudades de los humanos, pues su prepotencia es tremendamente puesta de manifiesto en la excesiva grandiosidad de sus edificios y en las actitudes de los que los habitan. Más a menudo de lo deseable, mis hermanos de raza son tomados más como elemento de diversión que como seres inteligentes.

También es curiosa la actitud de los humanos en cuanto a sus múltiples maneras de enfrentarse a la realidad, aunque quizá se deba a que viven muy pocos años.

Coincidiendo con la aparición de los temblores de tierra, ha surgido entre estas criaturas la loca idea de que el mundo va a llegar a su fin y para ello, han ideado un extravagante Culto del Juicio Final, una especie de secta religiosa que promete la salvación a todos los que se adhieran a sus delirantes ceremonias. Pasean arriba y abajo por las calles, exhibiendo carteles admonitorios y tocando campanillas, como si eso pudiese alejar al mal que, presuntamente, va a arrasar todo Azeroth.

Menos mal que llevo un diario ordenado y meticuloso, que si no, me perdería entre la locura de esta gente.

Humanos....

Reencuentros (Diario de Zareba)

La atronadora voz del enano resonaba en las escaleras de la posada y logró ponerme el vello de punta, pues reconocería esa voz aunque estuviese en medio del más horroroso vendaval. Al principio, pensé que eran imaginaciones mías, pero cuando su rechoncha y musculosa figura apareció en el umbral creí que me iba a caer redonda en el salón de la taberna.

Allí mismo, bajo el mismo techo que yo, se encontraba la persona a la que más he querido en toda mi existencia y a la que creía desaparecida para siempre de mi vida: mi viejo y querido Morgrimm.

El enano reparó en mi presencia de inmediato y corrió a abrazarme, sin importarle estar a punto de tirar a la camarera con la bandeja repleta de jarras. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas y mojaban su pelirroja barba, mas a él eso no parecía importarle, ni tampoco el que los parroquianos de la taberna interrumpiesen sus conversaciones y nos mirasen con extrema curiosidad. No. Para él lo único importante era que me había encontrado y que estaba viva.

Cuando el enano se tranquilizó, nos sentamos cerca del hogar y nos pusimos al día. Así, me enteré de que me había estado buscando infructuosamente por Ventormenta tras los incidentes de Vallefresno y de que, al no encontrar ningún rastro de mi presencia, retornó a Forjaz para dedicar su vida a servir a su Rey. Se entristeció mucho cuando le conté la historia de mi detención y de mi posterior abandono de la ciudad cuando, sintiéndome avergonzada y sola, decidí no retornar jamás a estas tierras. Una decisión errada desde cualquier punto de vista, pero que en su día me pareció la más acertada. Sólo ahora, cuando veo las consecuencias de mi súbita desaparición de escena, comprendo la gran magnitud de mi error. Sólo ahora entiendo cuál es mi destino y quiénes son importantes en mi vida.

Hablamos hasta el amanecer de multitud de cosas, grandes y pequeñas y, al término de la velada, me sentí feliz, tan feliz como aquella niña pequeña que se educó en el hogar del Clan Báldrek, en el Distrito Enano de Ventormenta.

Ahora, a la luz del nuevo día, creo que me encuentro en paz conmigo misma y con el mundo. Nunca más volveré la vista atrás para revolver un pasado muerto hace tiempo. Ahora sólo hay un camino y discurre hacia adelante.

Ahora soy Zareba Báldrek, miembro del Clan Báldrek, soldado de la compañía de las Espadas. Y me siento muy orgullosa de serlo.

Espadas de Ventormenta (Diario de Zareba)

La mano del destino es misteriosa pero certera. La casualidad quiso que, tras presentar mis informes en el Centro de Mando, me topara con un asalto en plena calle. Un rufián, ataviado con larga capa y grueso embozo, apareció de entre el gentio e intentó apuñalar a un caballero que escuchaba la perorata de uno de esos predicadores del desastre que últimamente han aparecido por Ventormenta.

Por desgracia para el frustrado asesino, el caballero no estaba solo y sus amigos acudieron en su ayuda, poniendo en fuga al rufián, que desapareció entre las atestadas calles del Casco Antiguo. Yo también me había acercado al tumulto, y mi sorpresa fue mayúscula cuando reconocí la voz del caballero como la del viejo Dárcius, de las Espadas de Wrynn. Y sus compañeros no eran otros que algunos de mis antiguos camaradas de armas, como el correoso Aznáil de Ventormenta, el hechicero Angeliss y, por supuesto, Lucylda, mi primera y más sonada victoria sobre la muerte allá en los lejanos bosques de Vallefresno, hace ya casi una eternidad.

Hubo algunos reconocimientos e imperceptibles saludos con la cabeza, así como miradas de curiosidad por parte de algunos miembros del grupo que no conocía en absoluto. Nos observamos unos instantes. Ellos, ataviados con buenas vestiduras y mejor equipo. Yo, con mi espada de segunda mano, mis pantalones llenos de zurzidos y mi bolsa demasiado vacía.

Demasiadas diferencias, destinos muy distintos...

Por suerte, la situación, deseada y al mismo tiempo temida por mí, se resolvió cuando me invitaron a echar un trago en la taberna del Ermitaño Azul, en el Distrito de los Magos. Allí, al calor del fuego, con un pichel de cerveza barata en la mano, supe que el encuentro, aparentemente casual, iba a ser algo trascendental en mi camino. Allí, bajo las gruesas vigas del techo de la taberna, supe que había vuelto a recuperar a mis antiguos camaradas y que las Espadas, renacidas desde su desafortunada disolución, volvían a resurgir más lustrosas que nunca.

Tensión en Ventormenta (Diario de Zareba)

La ciudad es un hervidero de actividad. Por doquier hay grupos de guardias y gente
nerviosa. Viniendo hacia aquí en grifo ví una especie de comitiva religiosa. Vestían togas moradas e iban entonando himnos a su paso, pero estábamos demasiado altos como para oir lo que cantaban.

En cualquier caso, su presencia en la ciudad parece estar de algún modo ligada al contenido de mi mensaje para el Rey, pues al parecer han aparecido casi al mismo tiempo que los elementales en los Páramos. A lo largo del día he escuchado historias acerca de misteriosos ataques por parte de criaturas elementales en diversos puntos del país, así como relatos de desapariciones de civiles.

No se en qué acabará esto, pero cada vez me gusta menos.

Confesiones (Diario de Grumnnkko)

Sabía que los Kolkar estaban metidos en muchas cosas, pero no que ayudaran a los asesinos extranjeros.
A cambio de una muerte rápida, los centauros Kolkar me contaron sus tratos con los piratas humanos que mataron a Ragor y su madre. A cambio de licores y armas, el centauro Krinblanca había guiado a los humanos por la costa para que pudieran llevar a cabo sus incursiones sin toparse con patrullas de Ogrimmar.
Cobardes, además de asesinos. Pagarán por ello, de eso estoy seguro.

De momento, la guardia personal de Krinblanca yace despanzurrada en la arena, mientras que la cabeza de su jefe permanece clavada en una pica, como testigo de la ira de Grumnkko el Cazador. Las aves de rapiña se encargarán de resto.

Fuego elemental (Diario de Zareba)

Me levanté de la mesa de la cantina en cuanto escuché los gritos de alarma. Acababa de haber un temblor de tierra y todo se había movido, así que pensé que podría haber víctimas. Sin embargo, cuando salí afuera me dí cuenta de que no estaba preparada para la escena que se desarrollaba ante mis alucinados ojos.

A medio camino entre la Torre del Centinela y la cantina se había abierto una especie de grieta, de la cual salían llamas. Entonces me percaté de un hecho que me erizó los cabellos de la nuca: las llamas estaban vivas y se movían en pos de los centinelas, que huían aterrorizados por la colina.

El Capitán daba órdenes a gritos, mientras los hombres cogían cubos y otros recipientes para apagar las llamas. Algunos desenvainaron instintivmente sus inútiles espadas, mientras que otros quedamos sumidos en el estupor del momento, paralizados mientras nuestros adormilados cerebros asumían lo que estaban viendo.

De repente, le grieta desapareció con un fuerte sonido de succión y las ígneas criaturas le siguieron. Tan sólo quedaba en el aire el olor del humo y el crepitar de las llamas en la hierba reseca de la colina.

He sido enviada a Ventormenta a informar de lo sucedido en la Colina del Centinela. Debo avisar de que algún tipo de hechicería elemental desconocidad está atacando a nuestras fuerzas. Quién está detrás de todo esto y por qué, lo ignoro, pero me da muy mala espina.

Una nueva linea de investigación (Diario de Tholaya)

Por desgracia, llegué demasiado tarde a la batalla por Gnomeregan, así que me tendré que conformar con los emocionantes relatos de las andanzas del primer ejército gnómico de la historia. Aproveché la ocasión para visitar el campo de batalla y las viviendas exteriores, entre ellas lo que fue mi casa durante largos años. Me invadió la pena al ver aquel lugar tan querido destrozado por la contienda ras haber sido previamente degradado por los gnomos parias cuando quedó abandonada. Nunca volveré a ella, de eso estoy segura.

En otro orden de cosas, hay mucha agitación en Forjaz. He visto emisarios del Anillo de Fuego en la ciudad, y eso es indicativo de que algo importante se cuece, porque no suelen dejarse ver por las gentes a menos que se vean obligados por alguna otra necesidad. Por si fuera poco, se dice que el propio Rey Barbabronce ha abandonado Forjaz para desplazarse a Ventormenta para hablar con el rey humano. ¿Tendrá esto algo que ver con los últimos temblores de tierra?

Una nueva línea de investigación parece abrire ante mis ojos. Sería estúpido no seguirla.

Algo está pasando (Diario de Morgrimm)

Algo siniestro ocurre en la ciudad de Ventormenta. Vine aquí con la intención de retomar mi búsqueda, si es que hay algo que encontrar a estas alturas, y me encuentro con una ciudad en la que estrafalarios individuos pregonan por las calles sandeces acerca del fin del Mundo. Y lo peor es que tienen oyentes demasiado entusiastas.

En los oscuros rincones de las tabernas se habla incluso de desapariciones. No me gusta nada el cariz que están tomando los acontecimientos por estos lugares. Los humanos son una raza dada a las fantasías fáciles y las revoluciones. No me extrañaría nada que todo esto terminase en un baño de sangre.

Si está viva, debo hallar a Zareba a toda costa y llevármela a la seguidad de Forjaz..

De nuevo en los Páramos (Diario de Zareba)

El Capitán Mantorrecio, de la Torre del Centinela de los Páramos, me ha dado trabajo. La paga es normalita, teniendo en cuenta que proviene en su mayor parte de donaciones, pero es lo que hay. Tengo una cama y comida caliente, que es lo que importa. No siento ninguna prisa en alcanzar la fama y la gloria y, mientras tanto, puedo emplear mi acero en algo que considero justo como es la limpieza de los Páramos de toda la gentuza que ha ido llegando a ellos en los últimos tiempos.

Aquí nada parece haber cambiado desde la época en que trabajaba de mensajera, a excepción de los misteriosos temblores de tierra que, de vez en cuando, sacuden toda la región durante breves instantes. Quizá los eruditos se estén dedicando a estudiarlos pero, francamente, no creo que sea asunto de mi incumbencia...