La venganza del cazador (Diario de Grumnkko)

Murgok el herrero forjó una buena arma, de eso no cabe duda. Su hoja ha bebido ya mucha sangre traidora y mezquina, y las runas de la venganza, grabadas en buen acero de Durotar, se ven rojas a la deslumbrante luz del mediodía.

La venganza ha sido saciada y se hablará durante mucho tiempo de la ira de Grumnkko el Cazador.

Encontré a esos perros, ebrios de ron, escondidos entre las ruinas de un antiguo fuerte erigido por los humanos en la última guerra. Su navío había quedado encallado en los arrecifes y su negro casco se podía ver desde los acantilados, ladeado y moribundo como un animal atrapado en un cepo.

Cai sin piedad sobre ellos, esparciendo sus restos por entre los muros derruídos, escuchando el crujir de sus huesos bajo cada golpe de hacha con la furia de un dios de la guerra. Pera cuando se dieron cuenta, ya había acabado con los guardias y los estaba masacrando en sus propios jergones. Ni uno sólo de esos bastardos regresará jamás a la mar para dedicarse al pillaje. Ni uno sólo.


Los primeros carroñeros vuelan en círculos arriba en lo alto, esperando el momento de abalanzarse sobre el improvisado festín de carne humana entre los peñascos.

 Estoy herido y solo. Es hora de marcharse.

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