Limpiando las montañas (Diario de Morgrimm)

Seguí a la bestia hasta su inmunda guarida. Había oído historias abajo en el valle, pero eran habladurías contadas a la luz del fuego y con un jarro de cerveza en las manos, así que decidí ir a investigar yo mismo qué estaba diezmando los rebaños de Dun Morog. Es lo mínimo que puede hacer un paladín de Forjaz, creo yo.

Supuse que sería algún gran oso hambriento, incluso un trol desesperado, ya que los wendigos no se habrían acercado tanto a la capital, al menos hasta la fecha. Pronto encontré un rastro de destrucción digno de una de estas criaturas. Hacía un frío de mil demonios y la sangre congelada del suelo se quebraba bajo mis botas reforzadas.

Gracias a los Titanes que miré hacia arriba cuando noté que el cielo se estaba nublando, justo a tiempo de ver que era la enorme sombra del yeti más abrumador que me haya encontrado jamás. Nunca había oído hablar de una cosa tan grande y tan peluda. Me fué de un pelo cuando su maza descendió trazando un arco sobre mi cabeza y, al intentar esquivarla, resbalé en el hielo. La pesada arma se incrustó en el muro a mi costado, momento que aproveché para colocarme a su espalda y emprenderla a golpes con la criatura.

Un oponente torpe suele usar la fuerza bruta más que la astucia y sus tácticas acaban siendo previsibles. Tan sólo es cuestión de aguantar sin ser alcanzado hasta que se canse. Así, al cabo de un largo rato de lucha, logré derribar a mi enemigo, el cual se desmoronó como un alud. Ya no volvería a ser un peligro nunca más para nadie.

Una vez que me hube asegurado de que no había más de esas cosas por la montaña, regresé tranquilamente a Forjaz a tomarme una bien merecida cerveza al calor de la lumbre. Bien está lo que bien acaba, digo yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario