Libre (La Saga de Grumnkko)

En este rincón maldito hace frío y ni las llamas del fuego son capaces de calentarme los huesos. En especial, las de este fuego. Alimentadas con carne maldita de demonio, uno esperaría que produjeran una gran cantidad de calor, pero no es así. El humo huele a azufre y las llamas brillan con un resplandor espectral, pero nada más. Es un fuego frío como el abismo.

Apenas recuerdo la lucha en la caverna, cegado por la ira y el dolor. Cuando el diablo se me echó encima, creo haber apoyado los pies en el suelo y agarrar con fuerza el mango del hacha. Pude oler el mal en su hediondo aliento, el antiguo mal que esclavizó a toda nuestra raza.

Todo se volvió confuso en el túnel, envuelto en la niebla roja de la furia. Era mi último combate y quería morir con honor. El hacha subía y bajaba rabiosamente, impulsada por la ira de generaciones de esclavos. En la niebla ví los rostros de mis compañeros de batalla destrozados por el demonio, así como los de mis antepasados. Pronto me reuniría con ellos, de un modo u otro.

El hacha siguió subiendo y bajando, infatigable, mordiendo la carne maldita con la furia de los condenados, hasta que empezó a golpear en las paredes de roca y me dolieron las muñecas. Sólo entonces comprendí que mi enemigo había sido aniquilado y sus restos cubrían el suelo del túnel.

Había vencido. Mi destino se había visto cumplido y era libre.

Después, todo se volvió oscuridad para mí. Cuando desperté, alguien me había sacado de la caverna y había tratado mis heridas, pero por más que busqué no hallé rastros de mi benefactor, a excepción de un cayado adornado con plumas clavado en el suelo. Quién o qué me prestó ayuda, es un enigma para mí.

Tristeza (Diario de Zareba)

Ya pasó todo.

Hacía mucho que no venía por la ciudad enana de Forjaz, pero nunca me imaginé que lo haría de esta manera. No se por qué, pero siempre supuse que la muerte me alcanzaría a mí antes. El Clan Báldrek no es muy numeroso, así que ha sido fácil reunir a casi toda la familia en estos momentos tan intensos.

Todavía está fresco en mi memoria el recuerdo del mensajero plantado delante de mi puerta, sosteniendo el pergamino con el sello familiar. Esa mañana había sido especialmente triste, como si anticipase la llegada de funestas noticias. Pagué al mensajero y desenrollé el pergamino, esperando encontrar alguna noticia importante, como un enlace matrimonial de alguna de las jóvenes doncellas del clan, mas el contenido de la carta era de una naturaleza muy distinta. Era una citación para un funeral. Eran las exequias del enano Morgrimm.

Me senté en una silla y lloré largamente, embargada por la tristeza y el dolor. Morgrimm, mi querido primo adoptivo, había muerto en las estribaciones de Pico Nidal a manos de los trols de las montaña. Al parecer, cayó defendiendo una carreta de suministros que había caído en una emboscada. Dió su vida por salvar la de unos completos extraños, unos enanos ajenos a su clan. Muy típico del afanoso enano..

Ahora sus restos yacen en las frías catacumbas debajo del templo, enterrados como los defensores del pueblo enánico caídos en el cumplimiento de una causa justa. Se grabarán en piedra sus hechos valerosos, para que todos los Báldrek que pasen por aquí no olviden su historia de entrega y para que todos los jóvenes aspirantes a paladín que acuden a diario al templo de Forjaz puedan rendirle los honores que se merece.

Ahora que se han marchado todos arriba, tan sólo quedo yo. El eco de sus pisadas y quedos susurros todavía llega hasta aquí por las escaleras de piedra. Adios, querido primo. Adios, querido enano.

A partir de ahora, mi vida estará un poco más vacía..

La hora del destino (La Saga de Grumnkko)


La criatura avanzaba a través del túnel como una tormenta en todo su apogeo. Una tormenta de muerte y condenación eterna, colmada de dolor y sufrimiento. En un rincón de la caverna, el montaraz orco permanecía en guardia con los talones clavados en el suelo en espera de la acometida de su enemigo. El grito de guerra del demonio pronto se convirtió en un cruel alarido que traspasaba carne y espíritu, aniquilando cualquier intento de resistencia por parte de su víctima con un terror nacido mucho antes que el propio tiempo.

Pero eso al orco no le importaba.

De hecho, ya nada le importaba. Durante su largo viaje se había preparado para enfrentarse a este enemigo y una muerte con honor sería toda una bendición frente a toda una vida de remordimientos. Recordaba, aun en aquellos febriles instantes, cómo aquel diabólico ser había ido aniquilando uno a uno a toda una compañía de bravos guerreros por diversión y también  las largas noches de vigilia, cuando se aferraba a su hacha en la oscuridad mientras esperaba no ser el siguiente en desaparecer sin más, quizá para ser descubierto al día siguiente, clavado a un árbol cualquiera y con las entrañas esparcidas por la hierba.

Recordaba todo esto y más..

La criatura cargó.