Cuando el ejército de los muertos de Sylvanas llegó, luchamos desesperadamente por defender nuestros hogares, pero todos sabíamos que no podría ser. Cabizbajos y derrotados, abandonamos aquello que amábamos cargados con las escasas pertenencias que pudimos llevar y nos fuimos, con la esperanza de retornar algún día y reclamar de nuevo el reino de Gilneas.
Pero las cosas no salieron tal y como las planeamos, pues un antiguo mal había crecido tras nuestras fronteras como el trigo en un trigal: la maldición del lobo. Ahora, no sólo teníamos que luchar contra los enemigos invasores, sino que además teníamos que combatir a nuestros vecinos.
Hubiéramos muerto todos allí de no ser por la ayuda de los elfos de la noche los cuales, gracias a sus antiguos saberes druídicos, hicieron que domináramos a nuesra bestia interior. Nunca volveríamos a ser humanos, nos dijeron, pero al menos podríamos llevar una existencia digna si sometíamos a la bestia bajo nuestra voluntad.
Un maldito regalo, es lo que es esta vida. Ojalá nunca hubiéramos salido de allí..
Los que logramos someter a la bestia, hallamos un hogar entre los bosques de los elfos. Los que no lo lograron, sucumbieron y ahora vagan sin control entre los árboles, desaparecido ya cualquier resto de inteligencia o fuerza de voluntad.
Ahora somos una nación de apátridas dispersos, unos desheredados sin hogar. La hospitalidad de los elfos es de admirar, pero no creo que dure siempre. Tarde o temprano, nuestros pueblos chocarán.
Algunos dicen que algún día regresaremos a casa.
Algún día...
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