Reunión inesperada (Diario de Zareba Báldrek)


Finalizado nuestro servicio y estando próxima la licencia o renovación para la mayoría de los miembros de la unidad, algunos acabamos reuniéndonos en la casa del teniente Pedregosa en Elwyn.  La cercanía de la estación de verano pendía en el aire y la temperatura, sin ser todavía la típica estival, invitaba a cabalgar con tranquilidad. Así pues, ensillé a mi buen y fiable Pinto y me despedí de los chicos de las garitas del cuartel, disfrutando de mi merecido permiso.

Cuando llegué a la vivienda, una magnífica casa campestre de dos plantas con establo, ya estaban reunidos algunos de los muchachos, ya se habían marchado y otros, simplemente, tenían servicios en el cuartel o no habían querido acudir. Eché de menos algunas caras, pero nada más.

Acostumbrada a ver a todo el mundo en ropa de faena, se me hacía extraña la vista de los chicos vestidos de civil. El teniente me invitó a que me sentara a su lado y me puso en situación, ya que por lo visto era la última en llegar.

Así me enteré de que algunos habían decidido, a raíz de unos pequeños desencuentros entre la oficialía en la descorazonadora campaña en las Tierras Altas de Arathi,  abandonar el ejército y licenciarse antes de firmar el siguiente reenganche. Se me preguntaba si estaría dispuesta a dejar el servicio en el ejército.

Una nueva vida se abría ante nosotros, gente de armas acostumbrada a largas caminatas y a los embates de la batalla. Sorprendida, pregunté por los motivos de dicha decisión y recibí una amplia sonrisa por respuesta, mientras una palabra flotaba en el aire: mercenarios.

No pude por menos que dar un respingo, al recordar ese camino que ya había recorrido, pero con gente menos de fiar..

El teniente, ya ex-teniente, se proponía refundar las Espadas y darles la independencia original que siempre habían querido para actuar a su antojo, lejos de las intrigas de palacio. Bueno, no demasiado lejos, ya que tendríamos contactos en la corte para obtener permisos y patrones fiables. La idea sonaba bien, y los muchachos ya estaban rondando la idea de ponerle un nombre que evocara a las Espadas y honrara su original propósito, adscritos al recién creado Gremio de Mercenarios de Ventormenta y con más libertad de la que habíamos tenido nunca.

Mas tarde, camino de la taberna en  Villa Dorada, pensaba en las cosas que tendría que hacer después de licenciarme del ejército, si es que eso es lo que iba a hacer, y en cómo tendría que poner de nuevo en orden la herrería o intentar recuperar a algunos de mis viejos clientes mientras se llevaban a cabo los trámites.

Pero eran detalles que se solucionarían con el tiempo. Las Espada volvían a ser independientes y eso era lo que importaba.

Ulthener de Gilneas


Me llamo Ulthener y soy gilneano. Hace tiempo, el nombre de mi familia era sinónimo de prosperidad y buenos negocios. Manteníamos un gran hacienda llena de trabajadores  y vivíamos de lo que producían nuestras tierras. Era una buena vida...

Cuando el ejército de los muertos de Sylvanas llegó, luchamos desesperadamente por defender nuestros hogares, pero todos sabíamos que no podría ser. Cabizbajos y derrotados, abandonamos aquello que amábamos cargados con las escasas pertenencias que pudimos llevar y nos fuimos, con la esperanza de retornar algún día y reclamar de nuevo el reino de Gilneas.

Pero las cosas no salieron tal y como las planeamos, pues un antiguo mal había crecido tras nuestras fronteras como el trigo en un trigal: la maldición del lobo. Ahora, no sólo teníamos que luchar contra los enemigos invasores, sino que además teníamos que combatir a nuestros vecinos.

Hubiéramos muerto todos allí de no ser por la ayuda de los elfos de la noche los cuales, gracias a sus antiguos saberes druídicos, hicieron que domináramos a nuesra bestia interior. Nunca volveríamos a ser humanos, nos dijeron, pero al menos podríamos llevar una existencia digna si sometíamos a la bestia bajo nuestra voluntad.

Un maldito regalo, es lo que es esta vida. Ojalá nunca hubiéramos salido de allí..

 Los que logramos someter a la bestia,  hallamos un hogar entre los bosques de los elfos. Los que no lo lograron, sucumbieron y ahora vagan sin control entre los árboles, desaparecido ya cualquier resto de inteligencia o fuerza de voluntad.

Ahora somos una nación de apátridas dispersos, unos desheredados sin hogar. La hospitalidad de los elfos es de admirar, pero no creo que dure siempre. Tarde o temprano, nuestros pueblos chocarán.

Algunos dicen que algún día regresaremos a casa.

Algún día...